Análisis: Variopinto
Máximo Kirchner, nombrado por Milei durante el discurso de apertura de sesiones como uno de los “jinetes del fracaso”, habló de que el presidente había ido a ganar tiempo al Congreso; otros analistas opinaron parecido. Cabe preguntarles: cuánto aire necesita un gobierno que acaba de iniciar y tiene encaminada la macroeconomía. Quizás, Máximo se confundió con los cuatro años previos en los que sí se buscó ganar aire para no hacer nada.
Digresión aparte, lo más saliente del monólogo presidencial fue la convocatoria al pacto del 25 de mayo. Un decálogo, un documento normativo, un nuevo contrato social al que deberán adherir los gobernadores si quieren ser parte de la refundación libertaria. Lo más interesante del convite, más allá del cambio de paradigma que propone, es la estrategia. A saber: previo a la firma de los mandamientos según Javier, los gobernadores comparecerán en La Rosada. Se los invitará a sumarse a la Ley Ómnibus, aquellos que se avengan serán reconocidos (dentro de los límites de la motosierra y la licuadora). Pasada la negociación, los que queden en pie firmarán el mentado convenio.
A simple vista, una jugada de desgaste. “La política no es un fin en sí mismo, no vivimos de la política, lo único que tenemos es sed de cambio. Si bien no elegimos la confrontación, tampoco le escapamos. Si buscan conflicto, conflicto tendrán”, fue el aviso de Milei a los díscolos después de invitarlos a concertar. Lo siguiente en relevancia fue la decisión de avanzar contra ciertos privilegios de la política como las jubilaciones de privilegio, los vuelos en aviones privados y la reducción de los empleados a cargo. Se nota que caló en el presidente la idea de que el ajuste lo había absorbido mayormente el pueblo y quiso mostrar otra veta.
Un ominoso apartado merece Alberto Fernández, no fue nombrado en el selecto grupo de Máximo y los jinetes del fracaso, sin embargo, se las ingenió para volver al podio. Justo a él, que siempre se vanaglorió de su honestidad (en oposición a la corrupción de la jefa), lo alcanzó una investigación periodística por enriquecimiento a costa del Estado. De la misma manera que cuando culpó a Fabiola por la clandestina de Olivos, ahora fue el turno de una empleada directa. “Yo no pedí por nadie, y si mi secretaria lo hizo, se extralimitó”.
El expediente tiene las huellas de Alberto por donde se busque, desde el rubro que eligió para el desfalco: seguros; pasando por el vínculo con otros imputados, hasta el decreto que firmó para habilitar la presencia de intermediarios y la contratación obligada con Nación Seguros. En este caso, a diferencia de otros actos de defraudación pública, la maniobra en sí alberga el fin espurio. ¿Para qué se permitió la figura del brokers si se trataba de un mercado cautivo con una única opción de aseguradora? En otro momento, Alberto juró que no se había llevado ni una goma de borrar de la administración pública, incluso se refirió a su intachable DDJJ. Parecido a cuando perjuró en una entrevista que no habían ocurrido fiestas en Olivos y días después apareció la foto del cumpleaños de la discordia. “El populismo nos quitó el noventa por ciento de nuestros ingresos; es la brutalidad de la herencia y del modelo del Estado presente”, fustigó el presidente. Y no faltó a la verdad, el monstruo bicéfalo de los Fernández fue lo peor que le ocurrió al país desde el regreso de la democracia. Milei lo sabe y se toma las licencias del caso.
Esteban Fernández