Análisis: la trifulca cultural
No hace falta ser un dotado para ver que el silencio de CFK y Massa responde a no quedar pegado o pegada al mote “desestabilizadores”; máxime cuando pueden mandar al brazo político a que desestabilice por ellos. En el caso de Alberto es más fácil: no posee capacidad de movilizar a nadie y se está pegando la dolce vita en Europa; es lógico que no emita palabra. Por el lado de Máximo, la preferencia es que La Cámpora hable por él, es menos riesgoso. Además, se evita la exposición a un político de los que peor mide. Si descontamos el motivo principal: no quedar como desestabilizadores; y la lectura: dan lección los que hasta hace poco eran ineptos seriales. Descontado eso, llegamos al mensaje: un llamamiento a dar la batalla cultural (cualquiera que sea) en las calles. O dicho en piquetero: salimos a cortar y a friccionar, la consigna es la fórmula empobrecedora que todos conocen.
Para comprender el presente del paradigma kirchnerista alcanza con el nivel gestual de CFK. En sus últimas apariciones repitió el insulto del dedo mayor cuando le gritaron: “Chorra. Ladrona”. Se podrá anteponer que otros políticos también son blanco de comentarios similares; es correcto. Pero también es acertado que nadie como la expresidenta encarna el símbolo, con condena en primera instancia, del saqueo más flagrante de las arcas públicas.
Pensar que el movimiento popular que vino a devolverle la dignidad a los pobres, que vino a disculparse por la dictadura y a generar derechos y a redistribuir el ingreso, acabó con más pobres, con el país quebrado y con decenas de sus dirigentes en prisión por ladrones. En el medio quisieron asesinar a la líder, no los oligarcas sino unos marginados que la culpaban de los males de Argentina, y luego del gobierno más vergonzante y criminal desde el regreso de la democracia, la cepa K, versión Massa, perdió la elección presidencial. Si con toda esa maleta de estiércol (más lo que quedó afuera) no alcanza para enterrar esa parte de la grieta, factiblemente nada lo logre en el corto o el mediano plazo.
La militancia seguirá negando lo innegable porque la verdad les desmorona la choza de naipes. No hay cambio de parecer posible, y eso tiene que ver con que se creen del lado correcto de la historia. El lado de la masacre de Once, del asesinato de Nisman, del pacto con Irán, de lo muertos por coronavirus que podrían haber tenido una vacuna; el lado bueno que cerró las escuelas por más de un año. Si los acólitos no la vieron hasta ahora, probablemente, los prejuicios (y la conveniencia) sean irreversibles.
Frente a esta postal de la retirada K aparece Milei. Es acertado decir que en los primeros dos meses de mandato recibió fuego pesado de los que hasta hace poco se recibían de inoperantes, pero también es justo marcar que el flamante libertario cometió varias patinadas (conceptuales, de forma y con los jubilados) que lo dejaron con los flancos descubiertos. No solo eso, reproduce la lógica K de que el otro es el enemigo, lo apunta, lo denosta abiertamente, polariza con quien sea. Justamente él, el disruptivo, debería saber que kirchnerismo de derecha no es la revolución que se necesita.
A todo esto, la casta, de parabienes.
Esteban Fernández