Análisis: dichosa batalla (parte II)
A poco de asumir, Milei anunció, en el marco de la emergencia país, que suspendía por un año la pauta oficial. La medida tuvo una doble vertiente: económica, como parte de la moto sierra, y cultural, porque apuntó a socavar el poder de los medios K, a quienes el Ejecutivo considera “formadores de opinión ensobrados”. El segundo hito fue el cierre de la agencia estatal de noticias Télam. “Ha sido utilizada, durante las últimas décadas, como agencia de propaganda kirchnerista”, justificó Milei. La idea es desmantelar por completo el “Gramsci Kultural” o, dicho de otra manera: “El pernicioso embrujo de la mass media progre sobre su audiencia”. ¿Existe verdaderamente ese condicionamiento? Una inducción lineal sobre la mente del receptor. La verdad, es que esos modelos teóricos quedaron añejos. Incluso el sujeto al que refieren es un consumidor que nada tiene que ver con su versión actual, la inmediatez cultural cambió el entendimiento individual y colectivo.
El cuarto poder no dejó de ser la medalla de cobre, pero no por su formación de opinión, sino por la facilidad para marcar la “agenda social”. Sí, casi una obviedad, pero no por eso menos poderosa. Ser los pastores del qué se habla es el 49% de la inducción. La mitad que cuenta no pertenece a los comunicadores estrella ni a sus mensajes por X; descansa en la ideología de cada individuo, el sistema de creencias y valores en singular, que haya coincidencias grupales es anecdótico. Lo trascendente es que esa abstracción es la que decide la postura, la vereda desde la que hablaremos. Consumimos aquello que creemos, la noticia es posterior y episódica. Por ejemplo: si alguien se informa a través del tándem América, Crónica y C5N, que casualmente aparecen uno detrás de otro en la grilla, muy probablemente se perciba opositor al gobierno. No verá los destrozos alrededor del Congreso como salvajismo del más vil, sino como represión policial de inocentes. Y eso lo buscará en aquel que le reafirme esa significación. Resta saber, en todo caso, quién le “implantó” esa ideología y si efectivamente fue implantada. Pero eso excede a la discusión y se remonta hasta los vínculos más elementales.
Qué sucede cuando una pieza de información o una serie, todas desfavorables al oficialismo, se reflejan de costa a costa del streaming. Cuánto hay de fortuito y cuánto de campaña para sembrar la discordia y el malestar social. Y de ser así, ¿funciona? Difícilmente. La gente construye su realidad, su mirada del mundo, desde una plataforma mucho más extensa que internet y los medios clásicos. Creer lo contrario es de una omnipotencia irreal y subestima a uno de los sujetos de la comunicación. En rigor, es la experiencia diaria, con todas sus facetas, la que moldea la opinión. El entendimiento llega filtrado por el mismo individuo. Sin lugar a duda, el eje de la disputa no es la formación de opinión. Tampoco se trata de mensajeros ensobrados. Al fin y al cabo, son funcionales a un sistema preexistente; igual que aquellos que se consideran independientes. El asunto son los contenidos y su concatenación, la repetición y la forma en que se yuxtaponen. Por ahora, la administración libertaria corre detrás de ellos.
La batalla cultural habrá cambiado definitivamente de rumbo no cuando Milei corra por delante de la conversación social, sino cuando no tenga que hacerlo
Por: Esteban Fernández