Análisis: dichosa batalla
La batalla cultural es que te corten la calle porque el reclamo de otros vale más que tu libertad de circular. Es el adoctrinamiento disfrazado de perspectiva de género y de lenguaje expulsivo. Son los autodenominados mapuches y sus falsos derechos ancestrales. Son los Baradel de la deseducación y los Grabois, Pérsico y Belliboni que piden por los pobres y recaudan para ellos. Son los del slogan “La patria es el otro” mientras se formaban primeros en la fila de la vacuna. Es el garantismo para los criminales y la indiferencia hacia las víctimas. Es el pacto espurio con Irán, el asesinato de Nisman y el silencio cobarde frente a los 52 muertos de Once. Son los comprados y los negacionistas. Es, en resumen, el populismo que empobrece y su matriz corrupta.
Bocetada esta breve aproximación de lo que significa la pelea moral, se entiende que Milei, quien decidió incursionar en política para abrir una alternativa a la dominación ideológica de la izquierda, tome el asunto en sus manos y no tema embarrarse. Al fin y al cabo, según el presidente “la raíz del problema argentino no es político y/o económico. Es moral”. Ahora bien, cuáles son los frentes de esa guerra por la hegemonía del pensamiento. En lo que concierne a la economía el cambio de paradigma es transparente y habla de una urgente cruzada contra la inflación, la búsqueda implacable de los superávits, el cumplimiento de las metas fiscales, la apertura a la competencia, el desprecio por la emisión monetaria y la idea de que el Estado presente e intervencionista no es otra cosa que las mil y una maneras de robar para la casta.
El flanco político se le resiste ferozmente. Con medio año de gobierno a cuestas y un Pacto de mayo que no sucedió, la administración libertaria aún no logró pasar la Ley Bases. Es comprensible, dada su minoría legislativa (las cajas que destapó) y lo radical de las reformas, pero deberá cuidar que las escaramuzas diarias no la desgasten por demás ni generen mayor conflictividad social. Al ciudadano medio no le interesan las intrigas palaciegas en torno a los acuerdos y desacuerdos legislativos, lo alejan. Por otra parte, todos aquellos parásitos que vivían de los fondos fiduciarios darán su máximo esfuerzo para obturar los proyectos del oficialismo. En ese sentido, la vieja política no conoce distinciones partidarias; son solo bolsillos.
La parte cultural de la batalla por la mente colectiva es territorio del presidente. Él tomó ese estandarte y embiste contra todos y contra cualquiera. Los detractores hablan de que no trabaja de lo suyo y no hace honor a sus galones. Que se rebaja, que falta el respeto y agrede, especialmente a los que llama “formadores de opinión ensobrados”. Sí, Milei derrapa, y eso no tiene justificación. Sin embargo, ahora viene la justificación: es la manera en que debe disputarse la batalla cultural si verdaderamente se quiere prevalecer en el nuevo imaginario social. Ya se vio que la avenida del medio era ficción.
En un país partido hay que caminar la polarización y esperar que la causa propia sea la emergente. El kirchnerismo, los gerentes de la pobreza, los gordos y los demás tentáculos son viles como el qué más. La manera destructiva con la que asumen su rol de oposición es prueba de ello. Entonces, por qué habría que traer una ofrenda de olivo a una reyerta de callejón. Milei lo sabe y actúa en consecuencia. Tiene bien estudiado su Mister Hyde para la social media.
Campera negra, sarcástico, ofensivo, rockero, arrogante y un dejo de haber atravesado como pudo la crisis de los 50. Seguramente, el mandatario disfruta de sus trifulcas y exabruptos, sin embargo, el mensaje es más que lo denotativo. “El caso de Lali Espósito me sirvió para mostrar cómo los políticos utilizan a los artistas para manipular a la gente. Pasa lo mismo con la educación, y con los medios de comunicación”. Y suma: “Hay que entender que, cuando yo me peleo no lo hago porque sí, sino que lo hago como parte de la batalla cultural, para liberar a los argentinos del sistema que les roba”. Luego, completaría en sus redes que él viene a terminar con esos curros. Enhorabuena.
Esteban Fernández