Análisis: encubrimiento COVID-19
La semana pasada, el principal diario impreso del país le dedicó una página a una nota sobre las cinco razones que indicarían que el coronavirus 19 se habría fugado del Instituto de Virología de Wuhan, ciudad del epicentro de la pandemia. El artículo es una pieza menor que nada tiene de erudición; tampoco es su propósito. Sin embargo, cumple con recordarnos que la pregunta sigue abierta. ¿Qué fue del origen del COVID-19? Así se tituló la tercera nota que publicamos en vivielnorte el 21 de enero de 2022. Antes de ese capítulo hubo dos más durante 2021 cuando eran escasos quienes se atrevían a cuestionar el origen zoonótico (natural) de la enfermedad. Esas piezas de investigación del 10 y del 17 de febrero de 2021 se llamaron “En busca del origen de la pandemia” parte I y parte II.
Durante la saga periodística se intentó recrear la huella de la peste hasta Wuhan, desandar su camino, pero apareció una barrera existencial: no se encontró evidencia del animal intermediario o de los reservorios naturales donde el virus pasó de murciélagos, que habitan en cuevas a miles de kilómetros de Wuhan, a otra especie. Allí, teóricamente, se gestó por años la mutación a la versión 19. Finalmente, ese quimérico animalito contagió al paciente cero y él lo teletransportó al lejísimo mercado de frescos de Wuhan. Si todo ese recorrido, ese trajinar viral hubiese ocurrido, habría dejado un reguero de pruebas. Como sí sucedió con el SARS y el MERS; en ambos casos pudo determinarse no solo el reservorio natural sino la fauna que los desperdigó. Consideremos: quién más que China querría demostrar el origen zoonótico de la pandemia. Si con el arsenal de rastreo y las incontables muestras que tomaron de aquí y de allá no pudieron entregar un solo dato de contundencia; algo “natural”, entonces, nunca lo obtuvieron. No hablamos de una nación laxa a la que se le escurren los problemas de Estado. Y si sucediera, no parecen de la clase que va a dejar el trabajo a medio hacer. Quién más que el comunismo chino querría poder culpar a la depredación del planeta (en manos del hombre) como esa entelequia en la que nadie es totalmente responsable (podría haber ocurrido en cualquier sitio). Pero sería radicalmente diferente que hubiese ocurrido una fuga del instituto de virología situado, casualmente, en la ciudad del epicentro. Las implicancias globales hubiesen resultado en otra clase de catástrofe.
Se presume que iniciada la pandemia científicos chinos tomaron muestras del virus COVID-19 y lo “retrodiseñaron” haciéndolo aparecer como si hubiera evolucionado de forma natural. La sospecha de los expertos radica en una serie de nuevas cepas introducidas repentinamente en las bases de datos genéticos años después de que se registrara su recolección. “Creemos que se han creado virus de retroingeniería. Han cambiado el virus y luego han intentado hacer ver que estaba en una secuencia de hace años”, sostuvieron el profesor británico Angus Dalgleish y el virólogo noruego Birger Sørensen en una publicación de la revista especializada Quarterly Review of Biophysics Discovery. También señalaron la “destrucción, ocultación o contaminación deliberada de datos” en el Instituto de virología de Wuhan y que “los científicos chinos que deseaban compartir sus conocimientos no han podido hacerlo o han desaparecido”.
Entonces, cómo ocurrió la secuencia. Para responderlo, vayamos a una característica del patógeno. Apareció al mundo en plenitud genética, desde el primer día estuvo bien adaptado. Las famosas mutaciones no son desviaciones atroces. Es un virus adulto, desarrollado, del que no se puede rastrear su origen más que a través de un viejo ancestro. Entre ese momento y el corona19, nada. La ausencia vuelve a la teoría zoonótica una mentira inexcusable. ¿Por qué se acopló de inmediato al humano? Porque había sido cultivado en ratones de laboratorio humanizados. Ese fue el animal intermediario. De ahí que conocía perfectamente el entorno al que saltaría. De ahí que no necesitó adaptación.
Por qué el tema abandonó la escena internacional. Fue tanto el bombardeo informativo en torno a la pandemia que abrió un hartazgo generalizado. Luego, la conspiración se tomó el trabajo editorial de desvanecer el remanente de contenidos. En ese punto, y pese a que el argumento de la fuga ya no era una locura de trasnochados, comenzamos a normalizar su existencia espontánea. Aceptamos un origen sin prueba empírica y se nos volvió intrascendente, dejamos de preguntar. Si eso fue lo que ocurrió, la inoculación ideológica cumplió su cometido. Los anticuerpos lograron inmunizarnos frente a cualquier otra posibilidad. No fuera a ser cuestión que consideráramos la posibilidad de que no hubiese sido accidental. A la luz de los hechos, el encierro que padecimos, las privaciones, los muertos que no despedimos y las penurias varias no nos sirvieron, como sociedad planetaria, para un tiempo de paz, todo lo contrario. La pandemia fue el despertar de una crisis política global, seguida de una inflación ecuménica, la guerra en Europa, la guerra en medio Oriente, tensiones en el Pacífico y la conformación definitiva de dos ejes de poder mundial. El caldo justo para los lobistas y los Satanás de la industria armamentista.
Esta nota, igual que sus antecesoras, es un amistoso recordatorio de que el régimen chino y sus cómplices le escondieron la verdad a toda la tierra. Eso, y que la pregunta nunca dejará de acechar sus cabezas.
Esteban Fernández