Análisis: floja de título
Kicillof salió a defenderse en X de aquellos que lo tildan de burro. Dijo que él sí podía mostrar el título universitario y acto seguido narró sus cucardas estudiantiles. La poco sutil puñalada a traición ocurrió el finde que CFK tuvo su presentación en Quilmes. Los desaforados de X captaron la indirecta del gobernador y recordaron lo del diploma trucho de la expresidenta. Muchos creen que la inexistente graduación responde a una operación de desprestigio y que en el mejor de los casos se inscribiría como mito urbano. No lo es. El periodista Christian Sanz investigó hasta los cimientos y no encontró el menor rastro de la papeleta. Sí se topó con falsificaciones varias y caminos truncos, pero de la prueba, nones. La parte de color tiene que ver con la recompensa de diez mil dólares que ofrece el investigador a quien demuestre que la viuda de Kirchner es verdaderamente letrada.
Consideremos ahora que el trabajo de Sanz está viciado de falsedad y que solo podemos recurrir a percepciones e inferencias propias. Resulta extraño que alguien que no ha tenido empacho en mostrar fotos de su pasado estudiantil y militante, no haya compartido jamás las polaroids de ese momento, máxime en su calidad de mujer que provenía de una familia humilde de Tolosa. Difícilmente, la madre de la futura presidente se hubiera privado de retratarla en su festejo. Y, sin embargo, cero fotogramas. A propósito de ese tiempo, nadie nunca ha dado fe públicamente de haber compartido los últimos años de su cursada o el momento de consagración.
¿Podemos imaginar a Cristina, con sus vetas de megalomanía y narcisismo, resistiendo la tentación de enmarcar el diploma para lucirlo en todos sus despachos pasados, presentes y futuros? O mejor aún: ¿Por qué nunca salió a aclarar el asunto? No hay probabilidad alguna de que no le haya llegado, y así y todo nunca levantó el guante. Justo ella, la que más disfruta enrostrando sus verdades, en esta ocasión prefirió no dar cátedra y llamarse a silencio. Sí se sospecha que habría un título de abogada a su nombre, pero dado el origen estaría bajo siete llaves.
Cualquier otra persona que transita por derecha se hubiera hecho del “estigma” y lo hubiese torcido a su favor. En el caso de ella podría haberlo tomado de ejemplo de que con voluntad y trabajo se pueden alcanzar los objetivos pese a no haber cumplido todas las etapas del estudio o de la formación. De hecho, una Evita lo hubiese reformulado para agrandar su mito de superación. Sin embargo, la pingüina fue incapaz de sortear esa inseguridad. Tal vez, de ahí provenga la necesidad de contraponer la figura de “oradora y estadista” y “abogada exitosa”. Un juego de compensación que no logra excluir del todo la sensación de inferioridad.
Personalmente, ubico este asunto en el de la mentira original. La primera, no la peor de la lista.