Análisis: la milla cero
Las guerras de Milei contra algunas figuras de la cultura local no son más que calamitosas derrotas. No importa lo bien que argumente, sobrevuela la idea de que debería ocuparse de los asuntos apremiantes en vez de malgastarse en disputas bizantinas. No solo eso, como los blancos suelen ser mujeres, la crítica le endilga fácilmente comportamientos abusivos. El Ejecutivo podría retrucar que, dado que trabaja la mayor para del día, dispone de espacio para lidiar con lo insignificante sin descuidar las urgencias del país. Es más, aquello que muchos tildan de escaramuzas infructuosas, para él serían parte de la batalla cultural que merece darse.
Ahora bien, la lucha contra las mentes lobotomizadas y los pésimos hábitos que el país adquirió durante el desfalco kirchnerista no se pelea en la zanja del uno contra uno. Allí Milei lleva las de perder y sin embargo persiste en ella. Probablemente se trate de rasgos quijotescos y alguna manía. Además, si de reyerta cultural se trata, no se gana mostrando las exactas armas discursivas del contrincante: intolerancia, agresividad y desprecio. La única manera de triunfar es oponiendo la narrativa del trabajo y del sacrificio a la del parásito. Se logra con leyes ajustadas a los tiempos. Se logra desmitificando generaciones pasadas.
El próximo veinticuatro, durante la conmemoración del golpe del 76, el oficialismo tendrá una oportunidad histórica de empezar a torcer el rumbo. ¿Bajará una pieza de comunicación que oficie de nuevo manifiesto? ¿Podrá mantenerla en el tiempo? Ese es el desafío ¿O se extraviará en retruques menores? Por el lado de la entente CGT, kirchnerismo, izquierda y madres, es lo de siempre, pero más voluminoso.
El discurso huele a naftalina, sí, también caló hondo. Al presidente no le quedará otra que el antagonismo. Eso no significa que deba subir al ring. Implica un equilibrio milimétrico entre el derrape y la curvar exitosa. Es la construcción de otra identidad nacional. El electorado que no está a los extremos, ese que define las votaciones, no resistirá ciegamente cuatro años de kamikaze y gritos.
Construir sobre bases histéricas es garantía de alud. Contra eso existe la milla cero, la movida inesperada. El jefe de Estado debe cerrar su cuenta de X y no volver a malquistarse con la oposición variopinta. Ese es el sacrificio y el cambio. Nadie mejor que él para predicar con el ejemplo. Eso sí le valdría un éxito en la batalla por nuestra idiosincrasia.
Esteban Fernández