Análisis: la peor oposición
Deben ser muy pocos los espacios políticos que operan en el mismo nivel de daño y destrucción que lo hace la variante K y sus apéndices del gremialismo y los movimientos sociales. La idea es la de siempre: dinamitar cualquier atisbo de logro del oficialismo, aguijonear el malestar social y empujar el golpismo cuando es oportuno. Esto último ocurre cuando no están al mando.
Cuando ocupan la silla del presidente, como lo hicieron hasta hace poco, se dedican al pillaje y a la demagogia. Términos del tipo “justicia social”, “redistribución del ingreso”, “Estado presente” y la idea de que donde existe una necesidad habita un derecho, no son otra cosa que estructuras vaciadas de sentido, cristalizadas. O dicho coloquial: la fachada del robo. Por cada presencia o aparición del Estado benefactor, el kirchnerismo generó un delito. Viviendas, cloacas, planes sociales, comedores, centros de jubilados, créditos, DDHH, medicamentos, cooperativas, nada queda fuera del curro. Y todo bajo el mote de inclusión social, reasignación de recursos y la recuperación de vaya uno a saber qué. En resumen: lo discursivo viene a ser el blindaje frente a cualquier cuestionamiento o sospecha. Dicha estrategia fue seguida al dedillo por los Kirchner. ¿Cómo iba a ser de otra manera si pensaban dedicarse a las tropelías durante más de una década larga?
Ahora bien, lo peor de encontrarlos en la oposición es que desean abiertamente el fracaso de la gestión oficial (Grabois y Daer dixit). Si el país debe estallar, será una contingencia. Eso, además de significar una vileza imperdonable, revela que anhelan el poder para ganancia propia. Argentina es colateral.
A esa tónica responde la expresidenta. Su protagonismo de las últimas semanas es un intento de volantazo contra las encuestas que la encuentran muy abajo. Algunos analistas entienden que el silencio Massa es la movida por excelencia, sin embargo, no es el estilo de la vice. Ella se ocupó de despegarse de su propio gobierno durante más de dos años; qué hace pensar que no hará gala de la misma caradurez e hipocresía. Por la condición de cabeza de su espacio es infinitamente más dañina que los Grabois, los Moyano o el energúmeno de turno. Cree que saliendo a decir que el superávit de Milei es pamplinas generará un halo de desconfianza y no será un logro genuino. Difícilmente, alguien, además del núcleo duro, crea sus dichos. Así y todo, insiste. Algo de la mentira quedará en el imaginario de sus lobotomizados y ellos harán el resto.
Se los nota nerviosos, señal de que pierden.
Esteban Fernández