Análisis: los 30 mil
Por qué muchos se exasperan cuando alguien abre el debate por la cantidad de desaparecidos. Es inmediato. Casi como si se acabara de blasfemar contra lo más sagrado. Eso ocurre porque durante los últimos veinte años se construyó discursivamente el onceavo mandamiento. No interrogarás sobre los 30.000.
Un primer argumento en favor del oscurantismo diría: ¿Qué cambia si fueron 1000, 8000, o 30.000? La cantidad no anestesia ni empequeñece el horror, el infierno de lesa humanidad perpetrado por el Estado de facto. El segundo razonamiento habla de que nunca se conoció documentación física y oficial sobre a cuántos hicieron desaparecer. “Los únicos que podrían ayudar serían: los jefes de las organizaciones armadas supervivientes (Montoneros y demás), que no aportaron ningún dato, o los militares, que deben tener todos los informes, seguramente, porque no tiran nada”, ilustró Graciela Fernández Meijide (madre de Lucas, secuestrado por la dictadura cuando tenía 17 años) en una reciente charla. La tercera muletilla es la más obtusa: la descalificación. “Son negacionistas”. Y así cierran toda disputa numérica.
De vuelta al inicio ¿por qué la urticaria? Se construyó tanto andamiaje ideológico y económico en torno al genocidio de 30.000 que cualquier revisión o cuestionamiento dinamita las bases de los DDHH para algunos (nunca para todos). El onceavo mandamiento no puede quedar sujeto a ningún proceso crítico. Eso es pecar. Y el que lo hace es un fascista, gorila y reivindicador del Proceso. “La cifra de 30.000 aparece en 1988. Hasta entonces nadie discutía el número, que era el que había dado la CONADEP (8961). (…) La diferencia de más de 20.000, ¿alguien cree que la sociedad argentina no denunciaría, ya en democracia, 20.000 desaparecidos? ¿Se puede creer?” Analizó Meijide en otra parte de la conversación. No, no se cree.
Porque lo que reconocen aquellos que tuvieron un papel activo en esa historia, como Fernández Meijide y otros más, es que la cifra de la CONADEP no alcanzaba para inscribir al gobierno de facto en la categoría genocida. O, dicho de otra manera: para despertar el interés, y el diezmo, de los organismos internaciones de DDHH, la cifra debía ser muchísimo más contundente. De ahí salió el número hipérbole y redondo. Ponerle cientos o decenas hubiera sido una doble tomada de pelo.
Por último, que a esta altura de la inducción fallida quieran imponer con más furia el “Son 30.000” no hace más que exponer el timo. Sería mejor que marcharan por la “Proscripción de Cristina”. En eso se desmadró el 24 de marzo de 2023. Justo Cristina, la dirigente que nunca tuvo que bancar la dictadura, no como Cabandié, porque estaba cómoda en Santa Cruz fraternizando con los de uniforme.
A quienes mienten que este es un debate menor, improcedente, que desvía la atención, se les recuerda que el 24 de marzo se trata de la trinidad memoria, verdad y justicia. En este caso, la verdad la estarían debiendo. Pero claro, eso sería joderles el curro y el sesgo.
Esteban Fernández