Análisis: ordinario epílogo
Fue el final que se debían.
Alberto apareció tres minutos para traspasar el mando y los atributos y se mudó raudo para no perderse el avión a España. En el interín, le deseo “mucha suerte” a Milei y a Villarruel; toleró, mirando hacia otro lado, el lamentable sainete de CFK; se despidió glaciarmente de su ex compañera de fórmula, de la que había jurado no volver a pelearse. Agitó la mano a modo de saludo a un montón de nadies y desapareció detrás del telón. Así fue el acto final del mandatario que aseguraba que habían vuelto mejores. El de los altísimos niveles de popularidad inicial y el que iba a devolver el asado a la mesa de los argentinos. Finalmente conocimos de qué madera estaba hecho; de una de mentira.
Lo de la vice saliente estuvo signado por lo chabacano y ramplón. Anduvo con las manos en los bolsillos, presumiblemente ejecutando cuernos y maldiciones, se hizo la bebota (con perdón de Adriana Brodsky) cuando vio el detalle de los perros de Milei grabados en el bastón presidencial y se retiró sin saludar a su sucesora en el Senado. Se sabe que el espíritu de género no es lo suyo. Y todo esto marinado con un fuck you de camino hacia el Congreso. A propósito de ese gesto, que de seguro fue en respuesta a algún “chorra”, “ladrona” o “devolvé la que te robaste”, es claro que alguien de su trayectoria y su investidura debería haber dado el ejemplo y no contestar los agravios y verdades que le enrostraron; qué mejor que no darles entidad a esos dichos.
Qué mejor chance de mostrarle algo distinto a la militancia y que los desaforados, por una vez, no sean ellos. Sin embargo, nada de eso surca la mente de la expresidenta. Sus tribulaciones, la acritud que la consume y los ataques de ira y la omnipotencia son las únicas lenguas que conoce. Lo lleva con ella. Difícilmente se le pueda pedir algo distinto que una patada o un desfalco como el que perpetró durante doce años.
Ahora, al monstruo bicéfalo de los Fernández se le viene el llano. Milei dijo que no irá por ellos.
Eso le toca a la justicia.
Esteban Fernández