Análisis: pacto de julio
Finalmente, Milei tuvo su pacto de mayo. Queda para la anécdota que se suscribió dos meses después de lo previsto y que los dieciocho gobernadores firmantes lo hicieron en un horario poco usual: la madrugada del 9 de julio. Luego, entre trasnochados, taciturnos, bostezos, el que se durmió y la noche bajo cero, el presidente habló.
Más allá del hilado fino, fue una jornada de éxito, tal vez, la primera desde la asunción libertaria. Y es que el discurso tuvo lugar después de haber ganado la cruenta pulseada por la Ley Bases y de sellar el pacto de mayo/julio. Y todo esto contra una de las oposiciones más radicalizadas: el kirchnerismo y sus esbirros del sindicalismo y de los movimientos sociales.
El acuerdo o, mejor dicho, decálogo, incluyó un primer punto sobre la inviolabilidad de la propiedad privada y un segundo acerca del equilibrio fiscal y su condición de innegociable. Después de veinte años de populismo, la alusión a la cepa K es inevitable. En su última aparición por streaming, la expresidenta volvió a arremeter con su patraña de cabecera: “El único que sigue creyendo que el problema de la Argentina es el déficit fiscal es el presidente”. Contra esa mentira, Milei y dieciocho gobernadores rubricaron el manifiesto en cuestión, que tendrá, de acuerdo con lo expresado por el mandatario, su correlato en leyes rectoras. En relación con la propiedad privada ocurre el mismo tiro por elevación. Quién, más que el kirchnerismo, necesita que se lo recuerden por escrito. Durante su tiempo en el poder hicieron la vista ciega y respaldaron desde las sombras las usurpaciones de los autodenominados mapuches. Regalaron tierras que no eran del Estado nacional para regalar y los usaron de brazo armado cuando fue necesario. De esos ilícitos se deduce la necesidad de garantizar la inviolabilidad de nociones que la demagogia popular pisoteó durante mucho.
El resto del decálogo de Milei incluye debates que deben darse: reforma previsional, reforma laboral, reforma tributaria y lo mismo para la educación. A su vez, buscará mantener el gasto público en su media histórica (otra lección contra la brutalidad progre), se discutirá nuevamente la coparticipación federal, habrá una mayor apertura al comercio internacional y se repensará la explotación de los recursos naturales. Y todo ese cuerpo de contenidos quedará traducido en proyectos de ley que habrá que consensuar. Nada demasiado titánico.
Al convite de Tucumán no concurrieron representantes de la UCR, del PJ, del sindicalismo y tampoco de los movimientos sociales. No hace falta demasiado ingenio para entender que entre ese grueso de ausentes (tampoco acudió la Corte Suprema) se cuentan los principales enemigos del oficialismo. Hablo de enemigos y no de opositores porque ser oposición implica una serie de acciones constructivas, de proyectos para una alternancia superadora y nada de lo antedicho es lo que busca la variante K y sus satélites. Lo de ellos es de individuos con baja estima. No se creen capaces de ganar ideando una proyección seria de país, no les interesa. Creen que habrá una ventana para volver con la derrota del país. Nunca se trató de ideas, de propuestas ciertas. No las hubo en los últimos cuatro años, por qué las tendrían ahora.
Milei conoce el pelaje, el medio pelo de sus adversarios. También sabe que en la mente de los inescrupulosos del viejo orden quedan tres años y medio para voltearlo. Afortunadamente, son torpes y predecibles. Por desgracia, siguen teniendo poder de daño.
Por: Esteban Fernández